jueves, 23 de abril de 2015

De cuando se hundió el Titanic en Cuenca

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El Teatro Cuenca


A mediados del siglo pasado la conventual ciudad había cambiado, gracias a las maravillas que el siglo de las luces trajo consigo, el habitante común veía maravillado como la quintaesencia del movimiento y de la vida era algo inasible: la luz eléctrica, que entre sus múltiples usos y manifestaciones tenía una en particular,  la luz del cine.

Fue esta fascinación la que hizo que Cuenca siempre estuviera sometida a los influjos provenientes del vasto imperio del celuloide, una de las grandes pasiones que la comarca cuencana ha sabido asumir sin complejos y sin culpas.

El Teatro Popular, El México, El España, El Candilejas, El Lux y El Alhambra son los nombres de algunos de los cines que nutrieron la historia cinéfila de la incipiente urbe, una historia de la cual apenas si queda algún recuerdo difuso. xitos y beldades que se granjearon el afecto de los cuencanos y cuencanas es grande: Anita Eckber, Las historias proyectadas en esos cines de seguro dieron paso a otras historias; la mayoría de ellas quizás no han sido contadas, y habrá otras que probablemente jamás llegarán a serlo. Las del cine son historias que nutren a otras historias de amores y desamores, de encuentros y desencuentros, de alegrías y tristezas, de soledades de vidas marchitas, de soledades de vidas completas.

En 1960 ir al cine era un ritual indispensable para la vida de cualquier cuencano, una ventana al descubrimiento, al regocijo, al encuentro. La oscuridad de los largos pasillos permitía que los corazones broten con intensidad ante la improbable posibilidad de un fugaz encuentro, con un amigo, con un amor.

En esa época el Teatro Cuenca era el cine familiar por excelencia, el obligado lugar de encuentro de la sociedad cuencana, pero  la gloria del Teatro Cuenca ha sido duradera,  pues a cada generación este cine supo brindarle una buena dosis de inspiración y arte; como lo fue para los adolescentes de los ochentas la historia de un modesto y corajudo neoyorquino Rocky Balboa, el héroe que nos hacía falta, que siendo un ser humano cualquiera, al cual la vida le dio menos de lo que se suponía era necesario para triunfar, tuvo la valentía y el corazón suficiente para hacerlo.

La lista de éxitos y beldades que se granjearon el afecto de los cuencanos y cuencanas es grande: Anita Eckber, Yul Brinner, Deborah Keer, James Dean, Marilyn Monroe, Betty Davis, Marlon Brando, Gary Cooper, John Wayne provocaban emociones de todo calibre a la fervorosa y cándida audiencia morlaca, que desconocía que aquel enorme teatro había sido construido a partir de planos enviados desde los Estados Unidos, para que haya en Cuenca un teatro “igualito” a los de Hollywood.

A su existencia justa, aunque efímera, la fuerza del destino le impuso al viejo teatro una digna despedida; con la sala a reventar, quizás por última ocasión, el Titanic habría de hundirse en su pantalla, eran dos gigantes entregándose al adiós. Era el guión perfecto para una despedida, las imágenes del clásico hollywoodense idolatrado por millones de adolescentes en el mundo entero, mostraban a un Leonardo Di Caprio y a una Kate Winslet encarnando aquella posibilidad tan propia del cine, la del amor imposible.

Esa noche, es casi seguro que muchas parejas se prometieron un amor como el que estaba despareciendo ante sus ojos, aunque nadie fuera consciente que mientras abandonaban el teatro con una ilusión en sus miradas, la vieja sala también iba desapareciendo en medio de la oscuridad del tiempo.


Patricio Montaleza 


POSDATA: Este texto fue escrito en el año 2004, con la intención de recuperar la pérdida material y patrimonial que ocurrió con la demolición del Teatro Cuenca, hecho acontecido en el año 2003. Las autoridades municipales de esa época justificaron esa acción señalando que el teatro no era parte del inventario de edificaciones patrimoniales realizado por la Unesco, ya que fue construido con fecha posterior a 1930. Como compensación a la autorización dada al propietario del inmueble, se llegó a un acuerdo para que se preserve la fachada del inmueble y que en el último piso se construya una sala de cine para la comunidad. Una vez aprobados los planos, el propietario modificó la construcción de la sala aprobada y lo que quedó fue un cubículo a manera de sala, pero que jamás se usa. El municipio cobró una multa irrisoria al propietario (lo que permite la ley)  por haber irrespetado los planos aprobados y el dueño del parqueadero ganó espacio para  más autos.




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