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El Teatro Cuenca
A mediados del siglo pasado la
conventual ciudad había cambiado, gracias a las maravillas que el siglo de las
luces trajo consigo, el habitante común veía maravillado como la quintaesencia
del movimiento y de la vida era algo inasible: la luz eléctrica, que entre sus
múltiples usos y manifestaciones tenía una en particular, la luz del cine.
Fue esta fascinación la que hizo
que Cuenca siempre estuviera sometida a los influjos provenientes del vasto
imperio del celuloide, una de las grandes pasiones que la comarca cuencana ha
sabido asumir sin complejos y sin culpas.
El Teatro Popular, El México, El España,
El Candilejas, El Lux y El Alhambra son los nombres de algunos de los cines que
nutrieron la historia cinéfila de la incipiente urbe, una historia de la cual
apenas si queda algún recuerdo difuso.
Las historias proyectadas en esos cines de seguro dieron
paso a otras historias; la mayoría de ellas quizás no han sido contadas, y habrá
otras que probablemente jamás llegarán a serlo. Las del cine son historias que
nutren a otras historias de amores y desamores, de encuentros y desencuentros, de
alegrías y tristezas, de soledades de vidas marchitas, de soledades de vidas
completas.
En 1960 ir al cine era un ritual
indispensable para la vida de cualquier cuencano, una ventana al
descubrimiento, al regocijo, al encuentro. La oscuridad de los largos pasillos
permitía que los corazones broten con intensidad ante la improbable posibilidad
de un fugaz encuentro, con un amigo, con un amor.
En esa época el Teatro Cuenca era
el cine familiar por excelencia, el obligado lugar de encuentro de la sociedad
cuencana, pero la gloria del Teatro Cuenca
ha sido duradera, pues a cada generación
este cine supo brindarle una buena dosis de inspiración y arte; como lo fue
para los adolescentes de los ochentas la historia de un modesto y corajudo
neoyorquino Rocky Balboa, el héroe que nos hacía falta, que siendo un ser
humano cualquiera, al cual la vida le dio menos de lo que se suponía era
necesario para triunfar, tuvo la valentía y el corazón suficiente para hacerlo.
La lista de éxitos y beldades que
se granjearon el afecto de los cuencanos y cuencanas es grande: Anita Eckber, Yul
Brinner, Deborah Keer, James Dean, Marilyn Monroe, Betty Davis, Marlon Brando,
Gary Cooper, John Wayne provocaban emociones de todo calibre a la fervorosa y
cándida audiencia morlaca, que desconocía que aquel enorme teatro había sido
construido a partir de planos enviados desde los Estados Unidos, para que haya
en Cuenca un teatro “igualito” a los de Hollywood.
A su existencia justa, aunque
efímera, la fuerza del destino le impuso al viejo teatro una digna despedida;
con la sala a reventar, quizás por última ocasión, el Titanic habría de
hundirse en su pantalla, eran dos gigantes entregándose al adiós. Era el guión
perfecto para una despedida, las imágenes del clásico hollywoodense idolatrado
por millones de adolescentes en el mundo entero, mostraban a un Leonardo Di
Caprio y a una Kate Winslet encarnando aquella posibilidad tan propia del cine,
la del amor imposible.
Esa noche, es casi seguro que
muchas parejas se prometieron un amor como el que estaba despareciendo ante sus
ojos, aunque nadie fuera consciente que mientras abandonaban el teatro con una
ilusión en sus miradas, la vieja sala también iba desapareciendo en medio de la
oscuridad del tiempo.
Patricio Montaleza
POSDATA: Este texto fue escrito en el año 2004, con la intención de recuperar la pérdida material y patrimonial que ocurrió con la demolición del Teatro Cuenca, hecho acontecido en el año 2003. Las autoridades municipales de esa época justificaron esa acción señalando que el teatro no era parte del inventario de edificaciones patrimoniales realizado por la Unesco, ya que fue construido con fecha posterior a 1930. Como compensación a la autorización dada al propietario del inmueble, se llegó a un acuerdo para que se preserve la fachada del inmueble y que en el último piso se construya una sala de cine para la comunidad. Una vez aprobados los planos, el propietario modificó la construcción de la sala aprobada y lo que quedó fue un cubículo a manera de sala, pero que jamás se usa. El municipio cobró una multa irrisoria al propietario (lo que permite la ley) por haber irrespetado los planos aprobados y el dueño del parqueadero ganó espacio para más autos.
Patricio Montaleza
POSDATA: Este texto fue escrito en el año 2004, con la intención de recuperar la pérdida material y patrimonial que ocurrió con la demolición del Teatro Cuenca, hecho acontecido en el año 2003. Las autoridades municipales de esa época justificaron esa acción señalando que el teatro no era parte del inventario de edificaciones patrimoniales realizado por la Unesco, ya que fue construido con fecha posterior a 1930. Como compensación a la autorización dada al propietario del inmueble, se llegó a un acuerdo para que se preserve la fachada del inmueble y que en el último piso se construya una sala de cine para la comunidad. Una vez aprobados los planos, el propietario modificó la construcción de la sala aprobada y lo que quedó fue un cubículo a manera de sala, pero que jamás se usa. El municipio cobró una multa irrisoria al propietario (lo que permite la ley) por haber irrespetado los planos aprobados y el dueño del parqueadero ganó espacio para más autos.
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