domingo, 3 de abril de 2016

Un Tranvía llamado Deseo

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En el desenlace de la obra clásica del dramaturgo Tennessee Williams; Blanche, una de sus protagonistas dice: "Siempre he dependido de la amabilidad de los extraños", con lo que rememora todos los engaños que había sufrido al intentar que algún hombre la rescatase.

Y nada más oportuno que tomar esa frase para lo que viene ocurriendo con el Tranvía de los Cuatro Ríos, nuestro tranvía, el de los cuencanos.   Los cuencanos nos hemos enfrascado en discuciones que nos han llevado al punto del quiebre anímico y mental con respecto a esta obra que transformará la vida de la ciudad de Cuenca.

Discusiones inútiles,  pues ya no cabe insistir en estos momentos si su origen es "legítimo" o no,  en el sentido que haya sido una obra surgida de la necesidad real de la ciudad. Claro que consta en programas y proyectos (Programas que suelen ser “socializados” por las autoridades de turno, mediante técnicos que justifican sus salarios mostrando informes, llenos de papeles y fotos, que certifican que el proyecto ha sido discutido con “cientos de cuencanos” en “varias asambleas”, pero que en honor a la verdad nunca son cantidades más allá de sus allegados políticos y de unos pocos profesionales interesados en el tema (Modus Operandi aplicado por todas las instancias políticas a nivel nacional ). En fin, lo cierto es que el Tranvía ya está en construcción y pronto será una realidad –trascendental- para la ciudad.

Discutir a estas alturas, el origen, el trazado, la planificación, etcétera; se ha vuelto para los ciudadanos una situación frustrante: Imaginemos que una vez levantados los muros de la Catedral Nueva de Cuenca, a algún ciudadano se le hubiese ocurrido discutir si la Catedral debía estar en el sitio que tiene, o si debía tener la altura o el diseño que estaba en construcción, o si iba a ser lo suficientemente grande como para que quepan todos los católicos, o si es que así como se levantaba una catedral en el centro, había que levantar otra en alguna parroquia.  Los ciudadanos debemos ser exigentes no solo con las autoridades sino con toda la sociedad, en el sentido que cuando hay un tema de interés público, estos deban discutirse públicamente, antes y no una vez que la obra sea irreversible.

Además, a quienes hemos participado de la dirigencia barrial nos queda claro que “los expertos” y los técnicos” son muy camaleónicos, y no habrá medida de intervención en la ciudad que alguno de ellos deje de avalar. Es por eso que, en los espacios de “especialistas” debe existir una sólida presencia ciudadana,  independiente, nada de groupies ni de legitimaciones ciudadanas montadas desde la estructura política de turno.

 Así mismo, los ciudadanos debemos estar claros que las autoridades deben bregar con temas cada vez más complejos, pues casi no existe proyecto que no tenga su nivel de decisión política, la cual suele contraponerse drásticamente a otros elementos como el patrimonio, el paisaje, el medio ambiente. Los ciudadanos debemos recordar diariamente que si se eligen autoridades es precisamente para que tomen esas decisiones trascendentales y que nadie más puede hacerlo. El Tranvía surge de ese compromiso y decisión política.
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Lastimosamente hoy, el Tranvía, una obra que sin duda tiene el potencial y las características para darle a la ciudad un toque cosmopolita, de urbe moderna y sofisticada (conservando, además, su estructura patrimonial intacta) padece de un grave mal: Viene siendo maltratada desde ciertos sectores de la opinión pública, que lo hace desde sus visiones e interéses personales. 

La crisis económica incidió para que las obras se retrasen; sin embargo, hay que considerar que pese a la situación del país, los fondos –aunque retrasados- están llegando.

Cuando se ejecutaron los Planes Maestros, en el Centro Histórico de Cuenca, entre todas las intervenciones que se dieron, pasaron varios años, de molestias, de calles abiertas, de calles cerradas, de negocios con pérdidas, de trabajos retrasados, de obreros que trabajaban 24/7 y por eso quienes vivíamos en esa zona no podíamos ni descansar, peor dormir. Y claro que valió la pena, Cuenca dio un salto cuántico en urbanismo, en estética, en calidad de vida. Sin duda valió la pena, pero ¿Quién devuelve a los ciudadanos el tiempo perdido y la economía afectada?

Seguiré insistiendo que cuando existan obras de semejantes dimensiones, que van a alterar la vida, la economía y el estado anímico de la ciudad, dichas obras deberían venir acompañadas de planes de contingencia; para los pequeños almacenes, para los vecinos que tienen pequeños y medianos negocios, para el turismo, para la cultura; para que durante la ejecución de las obras no solo ganen dinero las constructoras, los técnicos, y los especialistas. Audaz o no, mediante acciones como esta es que las sociedades se transforman.

A estas alturas del avance de las obras, se vuelve necesario que desde la municipalidad se trabaje en el estado anímico de la ciudadanía, para que la dimensión que tiene el Proyecto Tranvía sea recuperado como un elemento positivo y transformador de la vida presente y futura de la ciudad de Cuenca.

¿Por qué no promover un turismo especializado, en estas épocas? Trabajar para que ingenieros, arquitectos, restauradores, urbanistas, artistas, conozcan el proceso de ejecución de esta transformación de la ciudad? En términos de propuesta hay que ser creativos, visionarios, innovadores. Y esa si es una responsabilidad que debe asumir la municipalidad.

Habría que lanzar campañas para que la ciudadanía recupere la calma y que –paralelamente- se trabaje en la planificación de nuevos negocios, locales, servicios, que podría tener el Centro Histórico de Cuenca, una vez se ponga en circulación esta obra que no tiene comparación en Ecuador ni en Suramérica, y que la va a tener Cuenca, la ciudad que tiene uno de los centros históricos más bonitos del mundo, y que hoy padece una de las enfermedades modernas: el pesimismo que se manifiesta desde la queja y la negatividad.

Parece que nos olvidamos que vivimos en un lugar privilegiado de muchas maneras, donde tenemos ríos, un centro histórico patrimonial, y muchos elementos que han ido estructurando la vida de una ciudad como pocas.

Es hora de detener las quejas y ponerse a trabajar para que a Cuenca no le pase lo que al personaje de Tennessee Williams, que deba depender de la amabilidad de los extraños para sentirse bien, y mas bien recupere el reconocimiento y la valoración de los propios.  Nos lo merecemos todos.




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