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En
el desenlace de la obra clásica del dramaturgo Tennessee Williams; Blanche, una
de sus protagonistas dice: "Siempre he dependido de la
amabilidad de los extraños", con lo que rememora todos los engaños que
había sufrido al intentar que algún hombre la rescatase.
Y
nada más oportuno que tomar esa frase para lo que viene ocurriendo con el
Tranvía de los Cuatro Ríos, nuestro tranvía, el de los cuencanos. Los cuencanos nos hemos enfrascado en discuciones que nos han llevado al punto del quiebre anímico y mental con respecto a esta obra que transformará la vida de la ciudad de Cuenca.
Discusiones inútiles, pues ya no cabe insistir en estos momentos si su
origen es "legítimo" o no, en el sentido que haya sido una obra surgida de la
necesidad real de la ciudad. Claro que consta en programas y proyectos (Programas que suelen ser “socializados” por las autoridades de
turno, mediante técnicos que justifican sus salarios mostrando informes, llenos
de papeles y fotos, que certifican que el proyecto ha sido discutido con
“cientos de cuencanos” en “varias asambleas”, pero que en honor a la verdad
nunca son cantidades más allá de sus allegados políticos y de unos pocos
profesionales interesados en el tema (Modus Operandi aplicado por todas las
instancias políticas a nivel nacional ). En fin, lo cierto es que el Tranvía ya
está en construcción y pronto será una realidad –trascendental- para la ciudad.
Discutir
a estas alturas, el origen, el trazado, la planificación, etcétera; se ha
vuelto para los ciudadanos una situación frustrante: Imaginemos que una vez
levantados los muros de la Catedral Nueva de Cuenca, a algún ciudadano se le
hubiese ocurrido discutir si la Catedral debía estar en el sitio que tiene, o
si debía tener la altura o el diseño que estaba en construcción, o si iba a ser
lo suficientemente grande como para que quepan todos los católicos, o si es que
así como se levantaba una catedral en el centro, había que levantar otra en
alguna parroquia. Los ciudadanos debemos
ser exigentes no solo con las autoridades sino con toda la sociedad, en el
sentido que cuando hay un tema de interés público, estos deban discutirse públicamente, antes y no una vez que la
obra sea irreversible.
Además,
a quienes hemos participado de la dirigencia barrial nos queda claro que “los
expertos” y los técnicos” son muy camaleónicos, y no habrá medida de
intervención en la ciudad que alguno de ellos deje de avalar. Es por eso que, en
los espacios de “especialistas” debe existir una sólida presencia ciudadana, independiente, nada de groupies ni de
legitimaciones ciudadanas montadas desde la estructura política de turno.
Así mismo, los ciudadanos debemos estar claros
que las autoridades deben bregar con temas cada vez más complejos, pues casi no
existe proyecto que no tenga su nivel de decisión política, la cual suele
contraponerse drásticamente a otros elementos como el patrimonio, el paisaje,
el medio ambiente. Los ciudadanos debemos recordar diariamente que si se eligen
autoridades es precisamente para que tomen esas decisiones trascendentales y que
nadie más puede hacerlo. El Tranvía surge de ese compromiso y decisión política.
antes y no
una vez que la obra se ejecuta, y no
soloos que las autoridades deben bregar con temas cada vez mñntaron algunos em
Lastimosamente hoy,
el Tranvía, una obra que sin duda tiene el potencial y las características para
darle a la ciudad un toque cosmopolita, de urbe moderna y sofisticada
(conservando, además, su estructura patrimonial intacta) padece de un grave
mal: Viene siendo maltratada desde ciertos sectores de la opinión pública, que lo hace desde sus visiones e interéses personales.
La
crisis económica incidió para que las obras se retrasen; sin embargo, hay que
considerar que pese a la situación del país, los fondos –aunque retrasados-
están llegando.
Cuando
se ejecutaron los Planes Maestros, en el Centro Histórico de Cuenca, entre
todas las intervenciones que se dieron, pasaron varios años, de molestias, de
calles abiertas, de calles cerradas, de negocios con pérdidas, de trabajos
retrasados, de obreros que trabajaban 24/7 y por eso quienes vivíamos en esa
zona no podíamos ni descansar, peor dormir. Y claro que valió la pena, Cuenca
dio un salto cuántico en urbanismo, en estética, en calidad de vida. Sin duda
valió la pena, pero ¿Quién devuelve a los ciudadanos el tiempo perdido y la
economía afectada?
Seguiré
insistiendo que cuando existan obras de semejantes dimensiones, que van a alterar
la vida, la economía y el estado anímico de la ciudad, dichas obras deberían
venir acompañadas de planes de contingencia; para los pequeños almacenes, para
los vecinos que tienen pequeños y medianos negocios, para el turismo, para la
cultura; para que durante la ejecución de las obras no solo ganen dinero las
constructoras, los técnicos, y los especialistas. Audaz o no, mediante acciones
como esta es que las sociedades se transforman.
A
estas alturas del avance de las obras, se vuelve necesario que desde la
municipalidad se trabaje en el estado anímico de la ciudadanía, para que la
dimensión que tiene el Proyecto Tranvía sea recuperado como un elemento
positivo y transformador de la vida presente y futura de la ciudad de Cuenca.
¿Por
qué no promover un turismo especializado, en estas épocas? Trabajar para que
ingenieros, arquitectos, restauradores, urbanistas, artistas, conozcan el
proceso de ejecución de esta transformación de la ciudad? En términos de
propuesta hay que ser creativos, visionarios, innovadores. Y esa si es una
responsabilidad que debe asumir la municipalidad.
Habría
que lanzar campañas para que la ciudadanía recupere la calma y que
–paralelamente- se trabaje en la planificación de nuevos negocios, locales,
servicios, que podría tener el Centro Histórico de Cuenca, una vez se ponga en
circulación esta obra que no tiene comparación en Ecuador ni en Suramérica, y
que la va a tener Cuenca, la ciudad que tiene uno de los centros históricos más
bonitos del mundo, y que hoy padece una de las enfermedades modernas: el
pesimismo que se manifiesta desde la queja y la negatividad.
Parece
que nos olvidamos que vivimos en un lugar privilegiado de muchas maneras, donde
tenemos ríos, un centro histórico patrimonial, y muchos elementos que han ido
estructurando la vida de una ciudad como pocas.
Es
hora de detener las quejas y ponerse a trabajar para que a Cuenca no le pase lo
que al personaje de Tennessee Williams, que deba depender de la amabilidad de
los extraños para sentirse bien, y mas bien recupere el reconocimiento y la
valoración de los propios. Nos lo
merecemos todos.